El título de mi libro de 2008 es “Ascenso a la libertad: Fundamentos prácticos y filosóficos del derecho mundial democrático”. Junto con mis libros posteriores, sostiene que el derecho mundial democrático bajo la Constitución para la Federación de la Tierra proporciona una clave para la realización de la libertad humana en múltiples dimensiones. Elucida las formas en que la Constitución de la Tierra establece un "sistema de libertad" para la Tierra. Lo hace porque la Constitución también establece un sistema de justicia, un sistema de paz, un sistema de prosperidad y un sistema de sostenibilidad para nuestro planeta (ver Martin 2010, Introducción).
Nuestra situación humana es holística. Somos inseparables del ecosistema holístico de nuestro planeta y del nisus cósmico que ha llegado a la conciencia en nosotros. La libertad constituye nuestro destino y dignidad en este planeta, pero la libertad sigue siendo inseparable de los otros imperativos inherentes a nuestra situación humana: imperativos de paz, justicia, prosperidad y sostenibilidad universales. Estos valores sólo pueden ser verdaderamente realizados a nivel planetario cuando hayamos trascendido el actual sistema mundial fragmentado y fracturado de guerras, injusticia, pobreza extrema y la continua destrucción insostenible de la Naturaleza.
El artículo 13.12 de la “segunda carta de derechos” de la Constitución declara que la Federación de la Tierra debe “asegurar a cada niño el derecho a la plena realización de su potencial”. Puede hacerlo porque la propia Constitución de la Tierra actualiza nuestro potencial humano común para un sistema mundial en conformidad con el holismo de nuestro planeta, nuestro ser de especie y nuestros modos emergentes de conciencia cosmocéntrica y centrada en el mundo. Ascenso a la Libertad rastrea el desarrollo de la filosofía del derecho en el pensamiento occidental desde la antigua Grecia hasta los filósofos del derecho contemporáneos. En gran parte de la filosofía del derecho contemporánea, se entiende que el derecho empodera a la libertad.
Desde la publicación del libro de HLA Hart El Concepto de la Ley (The Concept of Law) en 1962, la filosofía del derecho ha entendido que el derecho empodera a las personas para vivir sus vidas plenamente y actualizar su potencial. La ley genuina no domina, prohíbe ni oprime a los sujetos de la ley. Mi libro de 2016, Un Renacimiento Mundial (One World Renaissance), resume esto de la siguiente manera:
La idea fundamental que aportan Hart y otros filósofos contemporáneos del derecho es que el derecho no se limita a ordenar, prohibir, amenazar y castigar. El derecho no es simplemente “poder sobre” una población sometida. El derecho también empodera y posibilita la vida humana en múltiples dimensiones. Me permite casarme y tener hijos, obtener una educación y que esta sea reconocida legalmente por la sociedad, votar y participar en actividades políticas, solicitar prestaciones de la seguridad social, obtener la certificación legal para ejercer alguna especialidad (como médico, abogado, arquitecto, ingeniero o contable) y ejercer esa especialidad regida por normas jurídicas que posibilitan y guían su funcionamiento. El derecho puede proteger la calidad de los alimentos que compramos y el entorno en el que se producen. Puede proteger la calidad de los edificios construidos para nuestro uso y la seguridad y comodidad de los ferrocarriles y las carreteras por las que viajamos. El derecho no es una característica contingente de las sociedades humanas (que de algún modo podrían funcionar sin él), sino una característica necesaria de la civilización humana para todas las sociedades más allá de las más primitivas y elementales. (2016, 105)
Nuestro mundo fragmentado, caracterizado por guerras incesantes, terrorismo y extremos de riqueza y pobreza, es necesariamente un mundo en el que es absurdo “asegurar a cada niño el derecho a la plena realización de su potencial”. Un sistema mundial tan fragmentado requiere que las naciones se atrincheren en la seguridad, el secreto, el militarismo y las maniobras competitivas. Un mundo así permite sistemas de dominación económica, política y militar tanto dentro de las naciones como entre ellas. El gobierno es necesariamente autoritario para mantener su “seguridad nacional”, y es necesariamente autoritario para proteger los extremos de riqueza y pobreza. Destruye nuestro potencial humano superior para hacer realidad un mundo de libertad, justicia, prosperidad universal y sostenibilidad. Inhibe y pone en peligro tanto nuestras intuiciones creativas como los modos más holísticos de conciencia.
La idea de que existe un bien común para el conjunto que podría empoderar a cada parte para actualizar este potencial humano superior de libertad, justicia, paz, prosperidad y sostenibilidad se pierde en un caos de guerras de divisas, guerras comerciales, guerras tecnológicas y de propiedad intelectual, guerras de propaganda, militarismo y carreras armamentistas, amenazas de disturbios internos y amenazas terroristas. Incluye la amenaza final de usar armas nucleares si algo de este caos se percibe como una amenaza para la existencia de una de las partes contendientes. Este sistema mundial tal como lo experimentamos ahora a principios del siglo XXI es completamente absurdo. Mientras el clima que sustenta la vida humana en todas partes se desintegra a nuestro alrededor y el riesgo perpetuo de una guerra nuclear aumenta, el mundo se atrinchera en su fragmentación y caos planetario, gastando billones de dólares en las armas que finalmente destruirán la civilización.
El holismo de nuestra situación humana es multidimensional. Involucra factores cósmicos, planetarios, civilizacionales, sociales, culturales y gubernamentales. El pensador cósmico Raimon Panikkar escribe sobre su propio trabajo: “Me gustaría ayudar a despertar la dignidad y la responsabilidad del individuo proporcionando una visión holística”. El deseo de Panikkar es “no solo defender la libertad individual en la que se basa nuestra responsabilidad, sino más bien indagar sobre esa misma libertad del Ser en la que se fundamenta nuestra dignidad humana y cósmica” (2013, 6-7). Es esta misma visión de la relación entre las diversas dimensiones de nuestra situación humana y la libertad lo que intento iluminar en mi propio trabajo.
Mi libro de 2018 Democracia Global y Autotrascendencia Humana (Global Democracy and Human Self-Tracendence) proporcionó una versión del siguiente cuadro para indicar algunas de estas dimensiones fundamentales de la libertad.
CUATRO DIMENSIONES DE LA LIBERTAD
Libertad ontológica: resultado emergente del auge evolutivo del Universo que llega a la autoconciencia de los seres humanos. La libertad del Ser.
Libertad interior: apertura de la conciencia a las dimensiones profundas evocadas a través del asombro, la contemplación, la atención plena, la meditación y el amor.
Libertad ética: capacidad de autorrealización a través de la elección de los bienes inteligibles dentro de nuestro horizonte utópico.
Libertad sociopolítica: inmenso empoderamiento de nuestra libertad de seguridad, capacidad de acción y futuro resultante de instituciones económicas y políticas cooperativas e igualitarias (socialdemocracia) a escala planetaria. (2018, 95)
Libertad ontológica. Con los múltiples avances en la cosmología de los siglos XX y XXI, muchos pensadores están abordando la cuestión de la libertad ontológica. He tratado este tema en mis libros desde la época de Amanecer del Milenio (Millennium Dawn, 2005) y no voy a revisar esta vasta literatura aquí. La ciencia ha descubierto las profundas conexiones entre la evolución de los seres humanos en el planeta Tierra y la evolución del cosmos mismo desde el “Big Bang” hace unos 13.700 millones de años. El cosmólogo filosófico Errol E. Harris resume estos niveles evolutivos de “complejidad/conciencia” cada vez mayores de la siguiente manera:
Cada una de ellas expresará y manifestará el principio universal [del holismo] de manera más completa y adecuada que sus predecesoras, de modo que sólo se volverán apropiadamente inteligibles a la luz de sus sucesoras... Esa estructuración interconectada, para constituir una unidad sistemática, debe estar regida por un principio único de orden, universal para el todo y ejemplificado en todas sus partes... Como nuestra forma de vida e inteligencia es el desarrollo directo de las formas naturales que la preceden en la escala, hay un sentido importante en el que el Universo se hace consciente de sí mismo en nuestro conocimiento de él. (1989, 309-10)
La evolución de la autoconciencia humana es un fenómeno cósmico. El cosmos se ha vuelto consciente de sí mismo en nosotros. Participamos de la conciencia cósmica; no la poseemos. Ha cobrado vida en nosotros, legándonos una inmensa dignidad y responsabilidad. La libertad no es caos ni indeterminismo. En La Dignidad Humana y el Orden Mundial (Human Dignity and World Order, 2024), la describo como la autorrealización de la infinitud dentro de la finitud y la toma de conciencia en nosotros. En consecuencia, debemos preguntarnos si hay algo que debamos estar haciendo. No hay nada fuera de la totalidad del Ser que pueda constreñirlo. Su devenir es la autorrealización de su libertad.
¿Hay alguna manera en que debamos responder a este inmenso desarrollo cósmico que es la humanidad y la civilización humana? Debemos esforzarnos por discernir cada vez más claramente nuestro papel en la evolución del cosmos. Parece haber una profunda conexión entre la libertad humana y “la libertad del Ser”. ¿Existe en el corazón de nuestras vidas una conciencia intuitiva y espontánea que nos hace presagiar una plenitud de vida que aún está por surgir, que espera surgir, algo que constituye nuestro destino cósmico-evolutivo? ¿Se despiertan en nosotros estas dimensiones de libertad a través del amor, el amor a la vida, a los demás, al Ser, a la absoluta maravilla y misterio de la existencia?
Siguiendo la idea de pensadores como Alfred North Whitehead (1968, 59) de que nuestras cualidades humanas nos dicen más sobre el cosmos de lo que se puede encontrar simplemente a través de investigaciones de formas no humanas de energía, química y física, el filósofo Hans Jonas subraya esta verdad de la siguiente manera:
Sin embargo, tal vez, en un sentido propiamente entendido, el hombre sea la medida de todas las cosas, no, por supuesto, en virtud de la ley promulgada por su razón, sino por el paradigma de su totalidad psicofísica, que revela el máximo grado de completitud ontológica concreta que conocemos. Desde este pináculo hacia abajo, las clases de seres se describirían entonces en términos de privación, por sustracción progresiva hasta el mínimo de mera materia elemental. En otras palabras, en lugar de reducir las formas superiores de vida a las inferiores, los seres se caracterizarían en términos de un “cada vez menos”, un “todavía no” cada vez más lejano. En última instancia, la naturaleza determinista de la materia inerte se interpretaría como una libertad dormida, aún no despertada. (1996: 62)
La cosmología contemporánea ha trascendido la visión reduccionista de la ciencia que caracterizó a la cosmología newtoniana de los siglos XVII al XIX. Ahora nos damos cuenta de que la vida humana es una consecuencia fundamental del proceso cósmico, y entendemos ese proceso a la luz de lo que ha producido (la humanidad) en lugar de tratar de reducir la humanidad a las llamadas reacciones físicas y químicas ciegas e inertes. Como afirma Panikkar, necesitamos reflexionar sobre las profundas conexiones entre nuestra libertad y la “libertad del ser”. ¿Podemos lograr una apertura en la que coincidan nuestra propia libertad y la libertad del Ser?
Sin embargo, esto no se puede hacer simplemente intentando una investigación “objetiva” del cosmos y de la vida humana. Porque tan pronto como intentamos “objetivar” (adoptar una relación sujeto-objeto con nosotros mismos y con el cosmos) descubrimos que las conexiones parecen desaparecer. Como declaran las escrituras védicas del hinduismo “tat tvam asi”, eso eres. La cosmología científica ha descubierto el holismo integral del Universo de maneras que resuenan con las tradiciones místicas de las grandes filosofías y religiones del mundo que se remontan a casi 2.500 años. Nuestra tarea no es la objetivación sino la contemplación, la meditación, la reflexión profunda y la autorrealización: la realización de la dimensión cósmica en nosotros mismos. En este ámbito, conocer y comenzar a comprender la libertad ontológica es convertirse en ella. Esto nos lleva a nuestra segunda forma de libertad: la libertad interior.
Libertad interior. Este proceso de contemplación, meditación y reflexión profunda abre niveles transpersonales de conciencia en nosotros mismos en los que comenzamos a actualizar lo que puede denominarse una "conciencia cósmica". Nos volvemos directamente conscientes de las operaciones de la libertad en nosotros mismos, mejorando nuestra plenitud de vida lógica, intuitiva y espontánea. Nuestros "apegos al ego" comienzan a disminuir cada vez más a medida que los niveles transpersonales se afianzan. Encontramos una "plenitud/vacío" que las tradiciones budistas han llamado sunyata, libre de ansias, miedos y esperanzas del ego.
Ya no nos dejamos llevar principalmente por la falta de libertad de las compulsiones internas. Comprendemos que nuestra vida interior está abierta a su propio proceso “evolutivo” en el que crecemos más allá del ego, el etnocentrismo cultural y los parroquialismos inmaduros para volvernos cada vez más uno con la humanidad y con las profundidades del proceso cósmico vivo en nosotros. Encontramos una plenitud de vida y un amor que no se encuentra en el nivel egocéntrico en el que de alguna manera creo que mi identidad egoica agota los límites de mi ser.
El erudito budista zen y profesor de religiones del mundo, Masao Abe, declara que este nivel transpersonal de conciencia es esencial para la transformación del mundo hacia la paz y la libertad:
Hoy en día, lo que resulta de suma importancia es interiorizar y comprender la “humanidad” como un concepto cualitativo. Debemos comprenderla como una entidad única, viva y consciente de sí misma. Porque sin ello, nunca podremos superar los conflictos entre las naciones a los que nos enfrentamos y no podremos traer una verdadera paz al mundo. Tampoco podremos construir una sociedad humana profunda y rica, permeada por la libertad individual y las características especiales de las razas y culturas, en la que todos vivan en armonía unos con otros… La era del Estado-nación debe terminar. La era de la humanidad debe comenzar. (1985, 251 y 260)
Bajo nuestro actual etnocentrismo y egoísmo de Estado-nación, estamos amenazando con destruir toda la civilización humana con una guerra nuclear y/o la destrucción climática. Debemos crecer hasta el nivel transpersonal en el que experimentamos cualitativamente a la humanidad como una “entidad única, viviente y consciente de sí misma”. La unidad en la diversidad de la civilización humana en su conjunto debe convertirse en nuestro objetivo y nuestra experiencia cualitativa. La paz mundial y la libertad humana florecen o caen juntas. Las propias naciones pueden florecer en su maravillosa diversidad sólo si están unidas en una unidad fundamental que proteja a todos por igual.
Somos una especie común, una conciencia libre cualitativa, una inteligencia común y una civilización que vive en nuestro hermoso hogar planetario llamado Tierra. Ya es hora de que actualicemos este nexo de libertad ontológica e interior, cuya consecuencia es la solidaridad soberana de la humanidad en su conjunto. Quienes siguen un camino espiritual tienen obligaciones sociopolíticas que trascienden cualquier camino en particular. Estas realizaciones también coinciden con el desarrollo de la “libertad ética” en la civilización humana.
Libertad ética. El cosmos ha producido una criatura no solo capaz de una contemplación en la que emerge su libertad transpersonal, sino también una criatura dotada de una imaginación utópica igualmente transpersonal, es decir, una capacidad de ver y entender cómo las cosas podrían y deberían ser diferentes. Analizo este don humano con cierta extensión en mi último libro, Dignidad Humana y Orden Mundial (Human Dignity and World Order, 2024). La estructura de la vida humana no solo resuena con las profundidades y la libertad del cosmos (a veces llamado sunyata), sino que también está inherentemente orientada hacia el futuro y es temporal. La libertad aquí es la autodeterminación y la actualización de lo que somos y podemos llegar a ser.
Existimos como seres que vivimos en un presente perpetuo que recuerda un pasado que ya no existe y anticipa un futuro que se imagina como mejor que el presente que heredamos de nuestro pasado recordado. Nuestra capacidad de imaginar este futuro es utópica en el sentido de que nos lleva a visiones de justicia, libertad, paz, verdad, belleza o bondad que indican nuestro potencial de realización, de una plenitud de vida que ahora no existe (dentro de un mundo que en gran medida carece de justicia, libertad, paz, verdad, belleza o bondad). Panikkar llama a esto “temporalidad”, en la que la libertad de ser es simultáneamente la libertad de devenir: temporalidad tan “divina” como la eternidad (2013, 98).
Este horizonte utópico, que opera en todos los seres humanos normales como nuestra estructura temporalizada, nos ha sido otorgado a través del proceso de evolución cósmica. Aquí reside nuestra preciosa libertad crítica, revolucionaria y transformadora. Somos conscientes de las demandas éticas inherentes a nuestro horizonte utópico con su llamado a actualizar ese mundo de paz, libertad, etc. Nos damos cuenta de que nuestra libertad personal, nuestra capacidad de tomar decisiones y participar en la sociedad en nombre de nuestros ideales, le otorga una dignidad especial a la vida humana. La Declaración Universal de Derechos Humanos de la ONU declara que “todos los hombres nacen libres e iguales en dignidad y derechos”. Necesitamos institucionalizar esta verdad a través de una ley mundial democrática y aplicable.
Nuestra libertad ética surge inseparablemente de nuestras imaginaciones utópicas. La libertad trae consigo responsabilidad, lo que Immanuel Kant llamó “imperativos categóricos”. Inherente a nuestra libertad como especie hay demandas de actualizar la libertad misma, junto con la justicia, la paz, la verdad, la belleza y la bondad. Nuestra libertad ética aporta una dignidad especial a la vida humana. No sólo es “el hombre la medida de todas las cosas”, como vimos que declaró Hans Jonas más arriba, sino que somos el transformador, el auge revolucionario, el actualizador de muchas cosas buenas y bellas.
Tenemos el don tanto del acceso a una infinitud infinita (sunyata) como a nuestra preciosa temporalidad, dos dimensiones de una libertad despierta. La libertad ética se manifiesta en nosotros como dignidad infinita, como seres cósmicos a quienes se les ha legado una tarea cósmica: traer cada vez más justicia, verdad, belleza y bondad a la civilización humana y, por ende, también al cosmos. Ernst Bloch, en libros como El espíritu de la utopía (2000) o Una filosofía del futuro (1970), es uno de los grandes filósofos que elucidaron estas ideas. Oscar Wilde declaró que “un mapa del mundo que no incluyera la utopía no vale ni siquiera la pena mirarlo” (véase M.I. Finley 1986, 191-92).
Esta búsqueda tiene profundas implicaciones para la forma en que organizamos nuestras sociedades y llevamos a cabo nuestra política en las circunstancias cotidianas. Somos seres inherentemente éticos llamados a la acción por las demandas utópicas inherentes a nuestra situación humana (Martin 2024, cap. 11). Como afirmó el filósofo James L. Marsh:
Observamos de nuevo la manera en que la racionalidad y la libertad son necesariamente utópicas. En una sociedad estructuralmente injusta, tanto la justicia plena como la liberación plena me resultan necesariamente futuras y atractivas como norma y meta. La justicia me llama a ser realizada; la liberación me llama a ser encarnada. Mi propia inteligencia inquisitiva, mi razonabilidad y mi libertad exigen tal logro; sin él, permanecen truncadas, incompletas e insatisfechas (1995, 119 y 121).
Somos seres a los que se nos ha concedido una libertad ontológica y una búsqueda guiada por la inteligencia para hacer realidad la libertad, la paz y la justicia en el planeta Tierra. La libertad ética abarca no solo la dimensión intuitiva de apertura, espontaneidad e imaginación, sino también la dimensión sociopolítica. Aquí encontramos las demandas y obligaciones utópicas de la libertad sociopolítica.
Libertad sociopolítica. La teoría de la democracia resonó por primera vez en el pensamiento griego antiguo y ha sido refinada y desarrollada por muchos pensadores occidentales desde el siglo XVII. Dentro de estos pensadores se ha desarrollado una tradición de pensamiento político conocida como “libertad positiva”. Entendieron que una libertad empoderadora se actualiza a través de leyes democráticas de calidad (véase Martin, 2024, cap. 12). Esta tradición incluye a filósofos como Jean-Jacques Rousseau, Immanuel Kant, Thomas Hill Green, Ernest Barker, John Dewey, John Finnis, Ronald Dworkin y Errol E. Harris. Para todos estos pensadores, la comprensión expresada anteriormente en la obra de HLA Hart es primordial: el derecho democrático de calidad no se considera una restricción negativa a la libertad humana, sino el empoderamiento de la libertad y de nuestras más altas cualidades humanas.
El filósofo del derecho contemporáneo David Luban confirma que “un sistema legal hace más que proteger a las personas entre sí: expande enormemente nuestro campo de acción, permitiéndonos hacer cosas que no podríamos haber hecho de otra manera” (2007, 247). El reconocimiento democrático de cada persona como agente libre con derechos inalienables y dignidad intrínseca, junto con las instituciones que lo mejoran y protegen, sirven para empoderar a la sociedad y, en cierta medida, a cada persona para que actualice su potencial humano superior, exactamente lo que vimos que la Constitución de la Tierra garantiza a “cada niño” en el Artículo 13.12. Además, Ernest Barker observa que:
Ninguna organización está absolutamente justificada aunque promueva la libertad de todos sus miembros, pero sólo promueva su libertad. Puede hacer eso y, sin embargo, ser contraria a una libertad más amplia. Por eso, cada organización parcial necesita la crítica de alguna organización superior y, en última instancia, todas las demás organizaciones de hombres llegan al tribunal de la organización de todos los hombres, si es que eso puede llegar a suceder alguna vez. Podemos imaginar un alto grado de libertad general bajo un sistema de sociedades nacionales y Estados nacionales. Podemos imaginar una libertad perfecta sólo en una sociedad mundial y un Estado mundial. (1967, 28)
La libertad es un don y un fenómeno humano colectivo. Debe organizarse y protegerse a nivel de la ley mundial democrática. Debe surgir a través de todos nosotros e informar la vida de cada uno de nosotros. Vimos a Masao Abe declarar que la libertad sociopolítica para nuestro planeta bajo una Constitución de la Tierra forma un vínculo necesario en la actualización multidimensional de la libertad para la humanidad, creando “una sociedad humana profunda y rica que esté permeada por la libertad individual y las características especiales de las razas y culturas en las que todos vivan en armonía unos con otros”. En la actualidad no hay ningún gobierno a nivel planetario que proporcione un marco para el bien común y la rica diversidad de la humanidad, es decir, para el crecimiento personal, cultural y social y la autorrealización de todos los pueblos y personas.
El actual sistema mundial de guerra, caos y extremos de riqueza y pobreza inhibe estructuralmente y previene activamente el ascenso de la humanidad a la libertad y la iluminación progresiva. La libertad, la paz, la justicia y la civilización sostenible deben ir juntas o no ocurrirán en absoluto, al menos no a tiempo para evitar la extinción humana por una guerra nuclear y/o el colapso climático. Las Naciones Unidas no son un gobierno mundial democrático en ninguna forma. Su carta constitutiva institucionaliza el caos de los estados-nación soberanos que no reconocen leyes aplicables más allá de ellos mismos. El despertar espiritual e intelectual de la humanidad hacia el reino multidimensional de la libertad no puede darse lo suficientemente ampliamente a menos que la libertad se haya institucionalizado en su nivel más fundamental en la democracia planetaria, por ejemplo, bajo la Constitución de la Tierra que incluye dentro de su alcance todo lo que la ONU ha logrado hasta la fecha, así como las agencias de la ONU establecidas hasta la fecha.
Al establecer un sistema mundial democrático basado en la unidad en la diversidad y la universalidad de nuestro bien común planetario, la Constitución de la tierra hace posible el diálogo y el debate esenciales para integrar la evolución consciente con la vida humana. Al abandonar el sistema de guerra de la competencia internacional militarizada, actualiza un régimen de diálogo, entendimiento mutuo y conciencia evolutiva que dirige a la humanidad de manera no violenta hacia un futuro iluminado y transformado. Al organizar y proteger la libertad a nivel sociopolítico, empodera a las personas para que abran sus vidas a una inteligencia intuitiva en el corazón tanto del Cosmos como de la Humanidad. Fortalece la autodeterminación de la humanidad. Y, como afirmó Buckminster Fuller en 1970, una unión de este tipo crearía una enorme sinergia para la transformación y redención de nuestra condición humana.
Al proporcionar simultáneamente un sistema de paz, un sistema de justicia, un sistema de prosperidad y un sistema de sostenibilidad para la civilización, la Constitución de la Tierra también constituye un sistema de libertad. Este sistema de libertad es parte integral de la autorrealización de las dimensiones ontológicas, internas y éticas de la libertad. El holismo de nuestra situación no exige nada menos. El llamado reino “espiritual” no es completamente separable de las instituciones concretas esenciales para el reino sociopolítico. Estas cuatro dimensiones de la libertad surgen de una única fuente holística en el corazón de toda la existencia. Avancemos, todos juntos, mediante la ratificación de la Constitución para la Federación de la Tierra, sentando así las bases para la autorrealización multidimensional de la libertad para –y a través de– la humanidad, y la alegría de vivir para todos los pueblos y naciones.
Obras citadas
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Barker, Ernest (1967). Reflections on Government. Oxford: Oxford University Press.
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