Ludwig Wittgenstein fue uno de los grandes pensadores del siglo XX. Su genio filosófico se centró en el lenguaje. En concreto, se preguntó qué es el lenguaje y cómo revela u oculta el mundo que los seres humanos han conocido a lo largo de la historia. La importancia de esta tarea era inmensa para él. Declaró que “los seres humanos están enredados sin saberlo en la red del lenguaje”.1 Y este enredo, esta falta de capacidad para discernir los límites y la naturaleza del lenguaje ha dado lugar a una cultura global del siglo XX que él veía como una “época muy oscura”, una época de ignorancia, guerras interminables, conflictos globales y violencia generalizada. Él mismo había sido combatiente durante la Primera Guerra Mundial.
El primer libro de Wittgenstein, Tractatus Logico-Philosophicus (1921), intentó un análisis profundo del lenguaje, tratando de mostrar las formas en que el lenguaje revelaba (retrataba) el mundo. El libro termina con una sección sobre “lo místico”, que señala lo que está “más allá del lenguaje” y no se puede decir.2 En su prefacio, Wittgenstein escribió que su libro se puede resumir en las siguientes palabras: “lo que se puede decir en absoluto se puede decir claramente, y lo que no podemos decir debemos pasarlo por alto en silencio”.3
Sin embargo, lo que debemos pasar por alto en silencio no es una dimensión insignificante de la vida que no debe preocuparnos. Es exactamente lo opuesto. El “silencio” que abraza la vida humana y que él llama “lo místico” es precisamente el punto central. Encontrarnos con esta dimensión indecible nos abre a la conciencia de los significados y las demandas éticas más profundas de la vida. En una carta en la que describe el Tractatus, Wittgenstein escribió que su libro estaba “dividido en dos partes”, lo que escribió y lo que “no escribió”, y que la segunda parte es la importante, porque “la ética está delimitada desde dentro” y “sólo puede ser delimitada de esta manera”. 4
Algunos estudiosos han señalado que la obra de Wittgenstein en este sentido está muy en la tradición de Immanuel Kant, el pensador alemán del siglo XVIII que mostró los límites del conocimiento humano para revelar el espacio para la “fe” y para la ética. Para Kant, la realidad última (o Dios) es absolutamente incognoscible. Estamos conectados fundamentalmente con esta realidad no a través de nuestro conocimiento, sino a través de la fuerza del imperativo ético que irrumpe en la vida humana en la forma de un “imperativo categórico” de “tratar siempre a cada persona como un fin en sí misma, nunca meramente como un medio”. 5
Esta fórmula, sostenía Kant, revela que las “personas” tienen una dignidad infinita (un valor incalculable) en contraposición a las “cosas” que sólo tienen un “precio” que puede intercambiarse por otras cosas limitadas y usarse como un medio para promover la existencia humana. Hay aquí una dinámica algo paralela a la idea de Wittgenstein de que la dimensión indecible es la fuente del valor ético último. Lo que no podemos mencionar directamente (tal vez sólo simbólicamente) es precisamente lo que es más importante en la vida humana.
Como profesor en la Universidad de Cambridge, Wittgenstein dio una charla a un grupo de estudiantes en 1929 que hoy se conoce como “La conferencia de Wittgenstein sobre ética”. En la conferencia, sostiene que “nada de lo que pudiéramos pensar o decir” podría realmente revelar lo que queremos decir con lo ético. Intenta indicarlo con una “metáfora”: “si un hombre pudiera escribir un libro de ética que fuera realmente un libro de ética, este libro, con una explosión, destruiría todos los demás libros del mundo”. 6
Con esta afirmación, Wittgenstein señala algo absolutamente fundamental para nuestra situación humana. Todo el sentido y el propósito de la vida existen en el silencio indecible que abarca todos los lenguajes y todo lo que podemos decir o hacer. La diversidad de significados, propósitos, distinciones y utilidades que el lenguaje articula y que regulan nuestra vida cotidiana está abarcada por una “unidad” que es absolutamente indecible, inconcebible e inconmensurable con estas distinciones.
La unidad holística, la “integridad integral del todo” (para utilizar el lenguaje de la “espiritualidad evolutiva” de hoy), no puede expresarse mediante el lenguaje.7 Puede “simbolizarse” en símbolos abiertos que permitan nuestra participación en el misterio inefable que abarca la vida humana, como han elaborado pensadores del siglo XX como Karl Jaspers, Paul Tillich y Raimon Panikkar, pero el Misterio debe permanecer.8 Todas las grandes religiones del mundo se basan en esta dimensión simbólica. Sin embargo, todo lenguaje está abarcado por este Misterio Absoluto, este silencio. No podemos decir qué podrían ser Dios, la Naturaleza de Buda, Brahman o el Tao. “El Tao que puede nombrarse no es el verdadero Tao… Lo innombrable es el principio de las diez mil cosas”.9
Kant declaró que el misterio último (al que llamó el “Noúmeno”) fluye hacia la vida humana en el reconocimiento de nuestra dignidad infinita, de que cada persona es un “fin en sí misma” y nunca puede ser utilizada “meramente como un medio”. La lección de ética de Wittgenstein vincula este explosivo imperativo ético con el asombro por la existencia del mundo. El llamado “Ser” de las cosas es absolutamente inexpresable. La respuesta adecuada es el asombro; como él lo expresa: “maravillarse ante la existencia del mundo”. 10 He aquí una respuesta que no se enfatiza en las obras de Kant, aunque Kant sí señala cierta conciencia de esto.
En su Crítica de la razón pura, Kant señala que los conceptos no pueden abarcar el ser de las cosas. Afirma que “cien táleros [dólares] reales no contienen la menor moneda más que cien táleros posibles”.11 La diferencia conceptual entre cien dólares “reales” y cien dólares posibles es cero. Ambos son conceptualmente idénticos. La existencia no es un concepto; el “ser” no puede ser pensado. El filósofo Martin Heidegger afirma que la humanidad es un “pastor del Ser”, pero un pastor no es un poseedor.12 El Ser no puede ser manipulado por ningún concepto. Wittgenstein hace explícito este misterio: la diferencia entre ser (existencia) y no ser no es nada en absoluto. La respuesta adecuada es el asombro, la conciencia directa del Misterio Absoluto de la existencia.
Pero el hecho mismo de que existamos y sintamos la fuerza abrumadora de la Ética nos abre el sentido de la vida humana que sólo puede vivirse frente a este Misterio: escribir realmente un libro sobre Ética destruiría, con una explosión, todos los libros con los que los seres humanos han tratado de comprender el mundo. Porque la Ética está conectada con el “Ser” y con el ser humano. Y tanto el ser como el ser humano manifiestan el Misterio Absoluto más allá de cualquier y todas las conceptualizaciones. Como declara Jaspers: “Este misterio es esencial; en él habla el Ser mismo”.13
Nuestras conceptualizaciones nos dan la diversidad del mundo, y estar atrapados dentro de esas conceptualizaciones nos da el caos de la existencia humana en la Tierra: “Los seres humanos están enredados sin saber en la red del lenguaje”. Dividimos el mundo en estados-nación, razas, religiones, etnias e ideologías políticas. Ignorantemente, tomamos estas divisiones como puntos finales por los que vale la pena luchar y matar. Creemos que somos sólo una parte dentro de las divisiones y discriminaciones del mundo, una parte opuesta a otras partes y divisiones e inconmensurable con ellas.
La unidad del todo (y con ella la dimensión ética) se nos escapa porque esa unidad no es una “sustancia” que implica simplemente la unión de todas las partes. La unidad del todo es el Misterio Absoluto de la existencia que lo abarca todo y disuelve la inconmensurabilidad de las partes en expresiones únicas del Misterio, todas relativas entre sí, interdependientes y aspectos integrales del misterioso todo. La unidad en la diversidad de nuestro mundo engendra el mandato ético de “amar a tu prójimo como a ti mismo” o de “tratar a cada persona como un fin en sí misma, nunca meramente como un medio”. Cada persona es una expresión única de este todo.14
Si realmente comprendiéramos estos mandamientos, que se derivan del Misterio Absoluto que abarca nuestras vidas (hasta el punto de ser capaces de “hacer estallar todos los libros del mundo”), entonces no podría existir la guerra, no podría existir el crimen violento, no podría existir el odio y la división. La Constitución de la Federación de la Tierra lleva esta comprensión a los asuntos prácticos de la vida humana. Afirma que “el principio de unidad en la diversidad es la base para una nueva era en la que la guerra será proscrita y prevalecerá la paz; cuando todos los recursos de la Tierra se utilizarán equitativamente para el bienestar humano; y cuando los derechos y responsabilidades básicos serán compartidos por todos sin discriminación”.15
Esta Constitución de la Tierra se basa en el principio de la dignidad humana y en nuestros derechos colectivos a la paz planetaria y a un medio ambiente sano. Nuestro sistema mundial actual se basa en las divisiones y discriminaciones establecidas mucho antes de que Kant mostrara la incoherencia de estas divisiones y exigiera una federación terrestre democrática.16 El sistema actual había estado en vigor casi cuatro siglos antes de que Wittgenstein señalara el todo indecible que abarca la vida humana con una dimensión ética derivada de sus profundidades que da sentido y propósito a nuestras vidas.
Es hora de actualizar nuestra autocomprensión a una unidad genuina en la diversidad. La Constitución de la Tierra diseña un sistema mundial basado en esta dignidad e integrado con múltiples controles y equilibrios para preservar la centralidad de la dignidad y la búsqueda de la realización humana para todo el gobierno de la Federación Terrestre.17 La Constitución, por supuesto, no es un documento filosófico que discuta sobre los límites del lenguaje o cualquier otra investigación filosófica. Se trata de un modelo de cómo podemos organizarnos para que “todos los recursos de la Tierra se utilicen equitativamente para el bienestar humano”, lo que sólo es posible cuando “se proscriba la guerra y prevalezca la paz”.
El “principio de unidad en la diversidad que es la base de una nueva era” no se encuentra plenamente en la idea de que todos somos una especie de homo sapiens. No se encuentra en el hecho de que todos somos criaturas que hablan idiomas y que todos los idiomas son traducibles entre sí. No se encuentra en el hecho de que todos tenemos las mismas necesidades humanas básicas de alimentación, ropa, alojamiento, atención médica, seguridad y comunidad. Tampoco se encuentra en el hecho de que nos estamos convirtiendo rápidamente en una civilización planetaria. Todas estas características son relevantes, por supuesto, pero no nos dan la verdadera unidad que trasciende y relativiza toda la diversidad al iluminar nuestra dignidad infinita común en la que cada individuo refleja y encarna el todo.
La Constitución de la Tierra no aclara el significado de esta frase más allá de lo que he citado, pero construye el gobierno de la Federación Terrestre sobre este principio que brilla a través de todas las agencias y órganos de la Federación Terrestre. Ya es hora de que los seres humanos despertemos a la verdadera unidad que abraza y relativiza toda la diversidad. Esta unidad nos llega a través del asombro, a través del despertar al misterio inefable de la existencia que permea cada minuto de nuestras vidas y nos llama a una iluminación de su absoluta demanda ética. Esta absoluta demanda ética es sólo una demanda: “ama a tu prójimo como a ti mismo”; “trata siempre a cada persona como un fin en sí misma, nunca meramente como un medio”.
La Federación Terrestre y las absolutas demandas de la ética que surgen a través del principio de unidad en la diversidad nos dan la posibilidad de un mundo verdaderamente redimido y floreciente. Simplemente debemos despertar al inefable “ser” que nos confronta en todas partes y en ninguna parte. Esta unidad rompe nuestras diversidades inconmensurables endurecidas y nos da la libertad de amarnos unos a otros. La Constitución de la Tierra es el mejor modelo para esta transformación fundamental. Nunca hemos estado tan cerca de un verdadero renacimiento de la civilización y del espíritu humano. Hagámoslo realidad.
Notas finales
1. Ludwig Wittgenstein, Philosophical Grammar. Trad. Anthony Kenny. Berkeley: University of California Press, 1978, pág. 462.
2. Ludwig Wittgenstein, Tractatus logico-philosophicus. Trad. D.F. Pears y B.F. McGuinness. Nueva York: Humanities Press, 1974, secciones 6.45 a 6.53.
3. Ibíd., pág. 3.
4. C.G. Luckhardt, ed. Wittgenstein: Sources and Perspectives. Ithaca, NY: Cornell University Press, 1979, págs. 94-95.
5. Immanuel Kant, Fundamentación de la metafísica de las costumbres. Trad. H.J. Paton. Nueva York: Harper Torchbooks, 1964, págs. 95-98.
6. Ludwig Wittgenstein, “Lecture on Ethics”, en Philosophical Review (enero de 1965), pág. 7.
7. Véase Steve McIntosh, The Presence of the Infinite: The Spiritual Experience of Truth, Beauty, and Goodness. Wheaton, IL: Theosophical Publishing House, 2015.
8. Karl Jaspers, Truth and Symbol. Trad. Wilde, Kluback y Kimmel. Nueva York: Twayne Publishers, 1959. Paul Tillich, Dynamics of Faith. Nueva York: Harper Torchbooks, 1957. Raimon Panikkar, The Rhythm of Being: The Unbroken Trinity. Maryknoll, NY: Orbis Books, 2010.
9. Lao-Tzu, Te-Tao Ching. Trad. Robert G. Henricks. Nueva York: Macmillan, 1989.
10. Wittgenstein, “Lecture on Ethics”, op. cit., p. 8.
11. Immanuel Kant, Critique of Pure Reason. Trad. Norman Kemp Smith. Nueva York: St. Martin’s Press, 1965, secciones A599=B628.
12. Martin Heidegger, The Question Concerning Technology and Other Essays. Trad. William Levitt. Nueva York: Harper Colophon Books, 1977, p. 42.
13. Karl Jaspers, Truth and Symbol. Trad. Wilde, Kluback & Kimmel. Nueva York: Twayne Publishers, 1959, p. 37.
14. Véase Glen T. Martin, Human Dignity and World Order: Holistic Foundations of Global Democracy. Lanham, MD: Hamilton Books, 2024, Capítulo 3.
15. Glen T. Martin, ed. Constitución para la Federación de la Tierra. Appomattox, VA: Institute for Economic Democracy Press, 2016, Preámbulo, pág. 70. En línea en www.earthconstitution.world.
16. Immanuel Kant, Paz perpetua y otros ensayos. Trad. Ted Humphrey. Indianápolis: Hackett Publishing Company, 1983.
17. Véase Martin, Human Dignity and World Order, op. cit., Capítulos 7, 12 y 13.